Monday, December 22, 2014

Progreso en ajedrez-lectura extensa

Hoy me encontre con este largo texto y lo comparto, aunque su lectura es extensa.

POR QUE RESULTA DIFICIL PROGRESAR EN AJEDREZ(Pensamiento ajedrecístico convertido en letras que juegan dentro de La Carpeta de Vladimir)
Seguramente todos hemos pensado en alguna ocasión, o muchas en distintos momentos, por qué nos hemos estancado en un nivel de juego, del que no logramos avanzar y generalmente, tampoco retroceder, dándose puntualmente picos hacia arriba o hacia abajo para, al poco tiempo, volver al nivel previo. También observamos, con cierto consuelo, cómo esto no nos ocurre solo a nosotros sino a la mayoría de jugadores, independientemente del nivel particular en que se encuentre cada uno. De aquí deducimos que si nos pasa a todos, es que funciona así y es algo normal... pero, ¿realmente lo es?
Antes de seguir, hagamos una breve descripción, que no por obvia resulta innecesaria, de este juego-deporte y sus características distintivas, que condicionarán sin duda los motivos posteriores:
1 - Es un deporte individual.
2 - Consiste en una actividad mental.
3 - Se juega contra alguien.

Posiblemente sean muchas las causas y de muy diversa índole las que provocan estos estancamientos; algunas parecen evidentes; otras no lo son tanto. Vamos a intentar analizarlas desde diferentes perspectivas; el estudio y la introspección que hagamos de ellas, nos podrá ayudar a subir algún peldaño que se resiste.
Aunque según el nivel de ELO del que partamos, las causas concretas podrán ser unas u otras, en general y para todos los niveles, podríamos clasificarlas en 2 grandes grupos:
• A) Puramente ajedrecísticas
• B) Psicológicas
Vamos a desglosar cada una de ellas para comprobar cuáles nos afectan y cuáles no. Muy probablemente, cada jugador se verá reflejado en algunas, y otras las dará por superadas.
A) Puramente ajedrecísticas
1 – Gradualidad. La primera sería de orden progresivo. Hay que entender, que a medida que vamos subiendo nuestro nivel, también y por motivo de los sistemas que se suelen utilizar para los emparejamientos de las rondas en la mayoría de torneos (sistema suizo, como ejemplo más claro) o por nuestra propia evolución, los contrincantes serán progresivamente de mayor entidad; esto, en la práctica, significa que, aunque vamos a seguir ganando algunas partidas de una manera más o menos “fácil”, estas, cada vez se darán con menor frecuencia. Porque a un bajo nivel, muchas partidas se ganan por los errores del contrario, es decir, más por deméritos del rival que por méritos propios. Esto sería comparable a los “errores no forzados” del tenis.
Esto implica que, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello, cuanto más nivel se tenga, menos “errores no forzados” habran, lo que obligará a mayores méritos nuestros. En niveles básicos, muchas veces no tan básicos, pero también en niveles intermedios, estamos acostumbrados a oír expresiones como “se ha dejado un peón”, “no ha visto que le caía una pieza”, o similares; pero con la propia progresión, observamos que nuestros rivales no se dejan peones, ven que les puede caer una pieza y lo evitan, y así sucesivamente.
Lo que viene a decir, que, por más que mejoremos nuestro nivel, nuestros rivales también lo harán; lo que implícitamente conlleva a muchos estancamientos parciales... aunque superables con esfuerzo.
2 – Aprendizaje. El ajedrez, como cualquier otra actividad, requiere tiempo y sobre todo, aprendizaje. Cuando alguien decide iniciar una carrera universitaria, sabe de antemano que necesitará dedicarle 4 o 5 años para obtener la licenciatura, o quien pretenda aprender un oficio deberá hacer los cursos correspondientes; una vez conseguida la cualificación necesaria podrá empezar dicha actividad...pero no será el mejor, y probablemente tampoco estará entre los destacados; simplemente podrá ejercer esa actividad; pero si pretende mejorar, deberá seguir estudiando o practicando. El ajedrez no es muy distinto; la única diferencia es que no hay unos estudios reglados con una duración determinada; por lo tanto, para el progreso será necesario el estudio adecuado de aperturas, medio juego, finales, conceptos, etc; estudio que hoy día, y las nuevas generaciones lo atestiguan, es bastante más accesible por la ingente cantidad de información disponible, por los fortísimos programas informáticos y por la inmediatez que suponen los avances tecnológicos relativamente recientes; y también, por qué no decirlo, porque con el paso de los años, se ha desarrollado una vasta y extensa teoría de aperturas y finales, de las que nuestros antepasados carecían... precisamente porque la estaban creando.
Una vez logrado esto, podremos decir que jugamos al ajedrez, es decir “podremos ejercer”, jugar campeonatos, divertirnos si nos gusta... pero no seremos jugadores de ajedrez; para serlo, habrá que empezar a tomárselo en serio, y para ello resultará imprescindible el estudio constante y más en profundidad de todos estos temas. ¿Hasta qué punto cualquiera de nosotros está dispuesto a realizar ese esfuerzo?. De la respuesta a esta cuestión dependerá el progreso que se experimente.
3 – Conceptual. De todo el estudio necesario referido en el punto anterior, seguramente haya un aspecto fundamental que prioriza sobre los demás. Y es el relativo a los conceptos, en una doble vertiente. En primer lugar, el comprendido respecto a los distintos temas conceptuales, entre los que podríamos nombrar, estructuras de peones, peón aislado, alfil bueno/malo, etc. Lo importante es saber cómo se juega cada cosa, pero sobre todo, por qué; es decir, por qué en una posición determinada hay que colocar las piezas en unas casillas y no en otras, o saber por qué es más lógico atacar un flanco que el otro, entre muchos ejemplos.
Y es importante, porque, en función de esos conocimientos, será bastante más fácil establecer el plan adecuado para la posición. En la medida de lo posible, sería deseable jugar siempre con un plan; esto a primera vista, puede parecer obvio, pero muchos jugadores, especialmente en niveles bajos/medios, juegan por impulsos, con pequeños planes consistentes en algunas amenazas...y que al cabo de pocas jugadas se modifican porque no se preveyó lo suficiente el juego del adversario.
Y en segundo lugar, y como consecuencia del primero, sería el ensamblaje de todos y cada uno de los diferentes temas concretos, que se conformarían de una manera más amplia en una unidad conceptual, y determinarían la comprensión del juego como un todo. Hay que precisar que esta unidad conceptual, compendia dos procesos diferentes pero simultáneos: El primero se refiere a la unión de varios temas en uno solo más global. En tanto el segundo habría que entenderlo en cuanto a la temporalidad del juego, es decir, de la forma en que se dispongan las piezas al principio de la partida (apertura/estructura de peones) y las que se intercambien con las del adversario, dependerá y condicionará tanto el medio juego, como los finales resultantes de esa disposición. Por tanto, el razonamiento lógico consistiría en un planteamiento inicial, acorde con el plan posterior que queramos realizar, pero teniendo en cuenta al mismo tiempo, los posibles finales que se derivarán de todo este proceso; si se logra este objetivo, el resultado será un todo armonizado en el que cada jugada, será consecuencia de la anterior y causa de las próximas.
Así pues, solo será posible progresar en tanto en cuanto comprendamos el sentido de lo que estamos haciendo desde un punto de vista global (aunque la dificultad para lograrlo será mucho mayor que la facilidad en describirlo).
4 – Corroboración. Relacionado con el apartado anterior. En el ajedrez, como en la mayoria de actividades, tanto el aprendizaje como su posterior traducción -la comprensión-, suelen darse de forma gradual; podríamos comparar la totalidad de su evolución a una escalera, donde hay un rellano inicial, que en este caso sería asimilable al simple conocimiento del movimiento de las piezas, sus posibles capturas y la transformación de peones en otras piezas cuando coronan. Es el primer contacto con el mundo del ajedrez y sus reglas; sabemos cómo se mueven estas piezas así como lo que representa cada una de ellas (rey, torre, peón, etc); pero no sabemos jugar; es decir, no comprendemos aún cómo se relacionan entre ellas y mucho menos por qué.
A partir de aquí, nos encontramos frente a una enorme escalinata, desde donde solo somos capaces de ver unos cuantos peldaños, solo los más próximos. En este momento los consideramos útiles y necesarios; también es el momento en que no solo sabíamos de su existencia, sino que además, deseamos con toda ilusión empezar a subirlos. Y los subimos; pero excepto una pequeña minoría, formada generalmente por niños que disponen de profesores/entrenadores, los demás, lo hacemos con cierto desorden; así, después de subir hasta el quinto escalón, retrocedemos al segundo, para pasar luego al cuarto, revisitar el tercero y seguir hacia el sexto.
En este largo trayecto, asimilamos algunos conceptos, creemos que hemos asimilado otros (aunque la práctica nos demuestra frecuentemente que no), pero aun así, progresamos. A veces, puede suceder, que después de un largo recorrido (variable en tiempo y diferente para cada persona), al subir el último peldaño del tramo, nos encontramos en un nuevo rellano; pero este es distinto de los demás; es demasiado ancho y extenso, muy amplio, tanto, que no vemos que haya más escalera; y aquí, aunque la mayoría desconfía, unos pocos creen que han llegado al final; la misma práctica de antes les demuestra su error; el problema estaba en que la escalera seguía efectivamente su curso, pero la amplitud de lo que parecía una planta entera unido a su precipitación, les impidió ver por dónde seguía el camino.
Pues bien, todos y cada uno de los sucesivos estancamientos a los que aludíamos al inicio del capítulo y que vamos sufriendo en nuestra vida, se corresponden a estas paradas en el camino, donde no somos capaces de ver cuál es el rumbo adecuado; esto, junto con otros factores analizados en el apartado siguiente (psicológicas). Y el resultado de ambas cosas determinará generalmente el tiempo que tardaremos en superarlos, o no.
A medida que se va subiendo, también se van abriendo diversas posibilidades:
a) Jugadores que en un determinado momento y por la dificultad creciente que entraña el mismo juego, deciden voluntariamente que ya saben lo suficiente como para poder jugar y entretenerse; y no aspiran a más, simplemente divertirse.
b) Otro grupo probablemente más numeroso, que aun siendo conscientes de las dificultades, siguen intentando subir, pero lo hacen interrumpidamente porque compaginarlo con trabajo, familia, actividades, supone un freno considerable para su progresión.
c) Y un tercer grupo que da una prioridad más relevante a esta disciplina y siguen con una fuerte voluntad. De este grupo saldrán los que en un futuro puedan llegar a profesionales del ajedrez.
Pero en cualquier caso, lo que se constata, es que este es un proceso evolutivo; el hecho de haber comprendido una apertura, un tema concreto del medio juego u otro aspecto determinado del juego, nos lleva con el tiempo a interiorizarlo, esto es, ya no es necesario pensarlo sino que empieza a formar parte del pensamiento, y su puesta en práctica es automática, mecánica; supone una introyección conceptual que deviene en rutina, de tal forma que una vez adquirida ya no se perderá. Dicho de otra manera, es una escalera, sí, pero solo hacia arriba.
Es en este sentido como hay que entender la corroboración antes mencionada; podemos comprobar en cualquier momento si algún tema determinado nos pertenece ya, o todavía no; simplemente pensándolo echando la vista atrás; si no nos hace falta y nos parece obvio planteárnoslo, es que efectiva y definitivamente, ese concepto es nuestro, forma parte de nosotros. Para entender mejor esta idea, deberíamos tomar como ejemplo la lectura; aprender a leer consiste básicamente en poder pronunciar juntas varias letras (independientemente de si se comprende su significado o no); al principio hay que hacer un esfuerzo, pero después, cuando vemos escritas una serie de letras o palabras, escapa a nuestra voluntad decidir si hacemos algo con ellas o no...simplemente las leemos, queramos o no.
Así, si en cualquier momento en nuestro aprendizaje del juego aparecen dudas, habrá que seguir intentándolo.
5 – Paciencia objetiva. Versus precipitación. Todos hemos observado que, una vez hecho el planteo de la apertura, siempre que hayamos jugado correctamente y nuestro adversario también, la posición resultante es de una aproximada igualdad. Los dos bandos tienen sus piezas situadas adecuadamente, conforme a la teoría, de manera que el juego está equilibrado. A partir de aquí, cada jugador intentará seguir con los planes derivados de dicha apertura, los cuales a su vez, serán contrarrestados por su oponente. Pero en muchas ocasiones, llegados a este punto y analizando la posición, nos encontramos con que, a pesar de contar con una estructura armónica y la ubicación perfecta para cada pieza, cualquier plan o idea que se nos ocurre para prosperar, no es realizable por alguna réplica contraria; esto generalmente, sucede con mucha más frecuencia jugando con las piezas negras, dado que el tiempo de menos que llevamos en relación a las blancas, determina por ejemplo, falta de espacio, posición restringida, etc., que, aunque sea inherente a varias aperturas, no por ello entraña menos dificultad. ¿Y ahora qué?, ¿qué hacemos?, ¿cómo seguimos?
Pues bien, este es el punto al que queríamos llegar y que da pie al título del apartado. Si por ejemplo, estamos jugando con blancas y tenemos en la posición, ventaja de espacio, puede resultar más o menos fácil ir mejorando la disposición de las piezas aunque no se vea un plan concreto para romper la posición adversaria o adquirir algo de ventaja; simplemente se puede seguir jugando esperando a que el rival defina su estrategia para atacarla. Jugando con negras, a veces, esto no es posible, especialmente si nuestra posición es algo o muy restringida, aunque estemos en igualdad. Por tanto, estudiamos objetivamente la posición, analizamos los dos o tres planes que tenemos en mente, observamos que no son viables, empezamos a analizar esa idea “loca” que ha pasado corriendo por nuestra imaginación, vemos con cierta preocupación que aún es peor que los primeros planes, nos vamos cargando de tiempo, volvemos a analizar los planes previos por si logramos encontrar una refutación que a su vez, refute la que encontraría nuestro adversario, caso de jugarlo, pero sigue sin funcionar; entonces, ¿qué jugamos?... porque algo tenemos que hacer; y llegados aquí, decidimos finalmente, que vamos a romper por b4 (por ejemplo), porque, sí, es verdad que es muy arriesgado, y más si el contrincante hace la jugada que no nos gusta nada...pero como algo hay que jugar, incurrimos en uno de los errores más frecuentes y que proporcionan más ceros en nuestros resultados: La precipitación.
Esto generalmente, se produce por la fusión de dos ideas que siempre tenemos presentes porque están en el “abc” de los manuales de ajedrez y las hemos oído y nos las han repetido millones de veces; por una parte, “no se pueden perder tiempos”, y por otra “siempre hay que tener un plan”; así, se deduce fácilmente que siempre y en todo momento vamos a tener que realizar una jugada que se corresponda con un plan. Bien, pues vamos a decirlo claramente: Esto es un error. Un error grave; y que cuesta muchísimos puntos. Para explicarlo, vamos a ir por partes; obviamente las dos ideas por separado son ciertas; también lo son juntas en general... pero no siempre; en según qué situaciones, cuando los distintos planes para prosperar no funcionan, simplemente será preferible no llevarlos a cabo (al menos, de momento, por supuesto); lo correcto consistirá en ir haciendo jugadas que, aunque no mejoren la posición, básicamente no la estropeen; y todo ello con un objetivo, esperar a que sea nuestro rival el que pierda la paciencia y decida romper la posición; en ese momento, si su plan es neutro, nuestras piezas seguirán bien dispuestas para contrarrestarlo; pero si es malo (no viable), lo aprovecharemos para tomar ventaja.
Esto quiere decir, que en determinadas ocasiones, resulta mucho más provechoso esperar el error rival, que preponderar un supuesto acierto nuestro. Porque a fin de cuentas, el ajedrez es un juego estratégico, y lanzarse a por la partida cuando no se puede, suele ser un suicidio, a pesar de que alguna vez nos pueda salir bien; se podrá argumentar que hay que tener ambición para ganar, y efectivamente así es, pero no es menos cierto, que siempre será preferible un empate esporádico con un rival inferior, a varios “ceros” intentando ganar.
Por lo tanto, podemos resumir este apartado en lo siguiente: Si no se puede... no se puede... y además es un error.
6 – Talento. Sí, finalmente el talento. Casi en último lugar. ¿Tiene mucha o poca importancia? Podríamos responder ninguna... o toda. Las dos afirmaciones son ciertas; dependerá de cómo afronte cada jugador esta circunstancia y la medida en que se vea condicionado por ella.
Antes de seguir adelante, quizás deberíamos preguntarnos qué es el talento. Podemos considerar que, talento, es aquella capacidad intelectual innata que posee un individuo para realizar una determinada actividad (o varias pero generalemente una) mejor que sus compañeros de género; es decir, una cierta predisposición, variable en intensidad, que le determina favorablemente hacia una comprensión mayor en esa actividad concreta, y que le supondrá en la práctica, unos beneficios superiores a la mayoría, aun con un menor esfuerzo. Por tanto, como capacidad innata que es, no es posible aprenderla, ni mejorarla, ni educarla; o se tiene, o no se tiene, y si se tiene, será en el grado que sea. Dicho de otro modo, al estudio y aprendizaje que de una materia haga cualquier persona, tendrá que añadirle un plus, si lo posee : el talento.
Por eso, mencionábamos al principio que su importancia es relativa; y ello, por cuanto, en primer lugar, cada uno, tendrá que interrogarse sobre si se considera portador o no de esa virtud (cuestión nada fácil para muchos individuos por motivos tratados en el apartado B); de su respuesta podrán ocurrir dos cosas :
a) - Que dicha respuesta sea objetiva.
La persona (independientemente de su condición de jugador) que posea las cualidades necesarias para ser objetiva, habrá logrado determinar, qué nivel posee y en qué grado lo sitúa; la aceptación de esto probablemente le llevará a definirse de manera más crítica hacia el resultado que puede esperar de su esfuerzo.
b) - Que dicha respuesta no sea objetiva.
Normalmente implicará una sobrevaloración de las propias facultades (también puede darse el caso inverso pero es menos habitual; y de producirse, en un breve lapso de tiempo, el jugador se haría consciente de ello y pasaría por tanto, a formar parte del grupo anterior). Y ocurrirá, ya sea por falta de desarrollo personal (básicamente por esta razón), o por no acotar diferencialmente su impregnación con el estudio (pero en este caso, también sería breve y pasaría posteriormente a formar parte del grupo anterior). Sea por lo que fuere, esta incapacidad le llevará a tratar de suplir su carencia con más estudio y más aprendizaje, pero el esfuerzo realizado, no se corresponderá con el resultado obtenido; y en la medida en que el jugador persevere en sus intentos, cada vez habrá un menor o nulo resultado...derivado de sus propias limitaciones. Esto, a su vez, provocará ineludiblemente una frustración constante, que intentará paliar con más estudio y dedicación...y que le llevará a una frustración aún mayor al comprobar que no obtiene lo que pretende. Y también probablemente, se extenderá en su vida personal por falta de madurez, lo que provocará a su vez, que aún ahonde más en estos intentos infructíferos. Y esto será así hasta que la propia evolución personal, le permita formar parte del primer grupo arriba mencionado.
7 – Voluntad de ganar. Esta característica, la incluimos como última de este apartado, aunque también podría formar parte del grupo siguiente, por cuanto sus razones íntimas, se solapan con los motivos psicológicos; pero seguramente deba estar necesariamente en este apartado, pues de su tenencia, dependerá el máximo progreso.
Cualquier persona que juegue al ajedrez, lo hará y así lo afirmará, porque le gusta; generalmente, cuando entramos en contacto con este juego-ciencia, la pasión implícita que suscita, es de tal rango, que una gran mayoría de los principiantes acaba por convertirlo en una de sus aficiones preferidas, sino la que más. Como tal, lo consideramos al poco, un placer lúdico que nos satisface; y para muchos, esta será la motivación básica. Los que progresen, añadirán a la anterior, la motivación por ganar. Pero serán muchos menos, los que además, tengan la voluntad de ganar. Con este concepto nos referimos a querer ganar, tanto si se puede como si no se puede; o dicho de otro modo, no aceptar tablas cuando la posición es de tablas, o no aceptar que se está perdido cuando se está perdido. Esto provoca una lucha más intensa en este tipo de situaciones, independientemente del nivel que se posea, lo que revierte en la obtención de más puntos... puntos que no se lograrían sin esta característica.
Y decimos característica y no virtud, porque no está claro que lo sea; o más concretamente, lo sería desde un punto de vista estrictamente ajedrecístico, pero no en cuanto a desarrollo personal, porque hay una disonancia evidente si trasladamos este aspecto a la vida cotidiana; podría ser argumentable el hecho de que no por producirse en un ámbito, necesariamente tenga que extrapolarse al conjunto de la vida, pero también lo es que, generalmente, cualquier individuo, tiene unas pautas propias, unas formas de comportamiento, que aplica a su vida de manera genérica, con lo que, disociarlas, resulta extremadamente complicado para la inmensa mayoría de la población.
Llegados aquí, podemos comprender que casi todos los puntos anteriores, son identificables y por lo tanto, susceptibles de ser modificados con una adecuada predisposición; y ello, porque corresponden puramente al ámbito del ajedrez.
En cambio, los siguientes, aumentarán en complejidad porque pertenecen básicamente a aspectos de la personalidad, aunque se interrelacionen directamente con el mundo del tablero.
B) Psicológicas
Vamos a desarrollar primero las que aun siendo de naturaleza cognitiva, están más directamente vinculadas con aspectos del juego; posteriormente analizaremos las más relacionadas con la personalidad premórbida.
Entre las primeras, vamos a destacar:
1 – Déficit de atención y/o concentración. Se traduce en la práctica, en la dificultad que experimentan algunas personas en mantener esta atención en el tablero, por encima de las cosas que pasen a su alrededor; quizás el ejemplo más claro lo veamos en el ruido que suele haber en la sala de juego, que a unos, apenas les afecta, pero a otros les distrae constantemente. Podemos establecer que, a más concentración, menos afectación de aspectos externos.
Pero también se observa otra dificultad añadida a la anterior, y es la que repercute directamente en el cálculo de variantes. Efectivamente, cada vez que meditamos una jugada, estamos calculando también las que vendrán a continuación, y esto, a su vez, diversificado en varias sub-variantes; por lo tanto, podemos deducir fácilmente que el jugador con problemas de concentración, a menudo se dispersará, se perderá en los análisis y deberá repetirlos dos, o más veces.
2 – Memoria. Que implica recordar lo que previamente se ha aprendido. Lo vemos principalmente en aperturas y finales; en muchas ocasiones hemos estudiado variantes concretas de determinadas aperturas, que cuando se nos presentan en la práctica, no somos capaces de recordar, o al menos no del todo, especialmente si, como suele pasar, ha transcurrido mucho tiempo entre las dos circunstancias; muchas veces, el resultado final es una mezcla de variantes que acaba en derrota. Asímismo, este proceso también se presenta en finales ya estudiados pero pocas veces jugados, en los que en el momento de la verdad, no atinamos con el proceso correcto.
Aunque afecta en cierta medida a todos los individuos, puede haber diferencias significativas en cuanto a la capacidad retentiva de cada uno, especialmente debido a las particulares estructuras de pensamiento; algunas personas tienen mayor facilidad en estudiar textos, pero en cambio, en otras, predomina la memoria fotográfica, es decir, tendrán mayor sensibilidad en el recuerdo visual de las posiciones.
En cualquier caso, existen reglas nemotécnicas a las que se puede acudir y que facilitan la fijación previa y posterior evocación de estos recuerdos.
3 – Inseguridad. O falta de confianza en uno mismo; se observa en varios aspectos. Primeramente, porque estos jugadores, repasan una y otra vez las variantes que acaban de analizar porque nunca están seguros que sean correctas; la repercusión directa que conlleva revierte en los apuros de reloj; malgastan tiempo que luego necesitan y del que ya no disponen.
En segundo lugar, cuando juegan con rivales de mayor entidad que ellos y obtienen ventaja, y más aún si esa ventaja es muy significativa, les cuesta creer que lo que están logrando sea posible; en el momento en que son conscientes de ello, extreman las precauciones, se vuelven temerosos, y ese miedo provoca una distorsión de la realidad de lo que está sucediendo en el tablero, que les hace ver amenazas donde no las hay; el resultado de todo este proceso se suele traducir en un error de bulto, incoherente con el desarrollo de la partida, que lleva a la derrota, a veces de manera inmediata.
Estos errores, inesperados, exagerados y disonantes, esperaríamos encontrarlos a priori, solo en jugadores de bajo y medio nivel, aunque también es cierto que, en este grupo de jugadores, podrían producirse simplemente por motivos ajedrecísticos. Pero lo más sorprendente es que ocurre prácticamente en todos los niveles, incluidos grandes maestros (y en este grupo, obviamente no es posible pensar en las razones del grupo anterior); y además, casi invariablemente, este error siempre aparece en el jugador más débil (aunque este “jugador débil” pueda tener 2.500 puntos de ranking ELO); con lo que parece muy probable, que aun en jugadores muy fuertes, se produzca esta inseguridad.
4 – Perfeccionismo. Muy relacionado con aspectos obsesivos de la personalidad. Se trata de encontrar siempre la mejor jugada que corresponda al mejor plan (quizás también para ser la mejor persona que nunca se equivoca); en general no es posible encontrar lo mejor en todo momento; y tampoco es deseable buscarlo, porque estos análisis exhaustivos de planes y jugadas, llevan a malgastar una cantidad enorme de tiempo de nuestros relojes, que luego llevan a su vez a unos apuros de tiempo brutales... en los que, entonces sí, ya es posible realizar cualquier jugada aceptable, simplemente porque no hay más remedio. Sería aconsejable moverse entre esto último y lo primero, sin abusar ni de lo uno ni de lo otro.
5 – Pérdida de atención. Lo conocemos vulgarmente como despistes o lapsus. Se producen de 2 maneras:
5.1 – En primer lugar, los que se derivan propiamente del juego. Ejemplos de esto, serían, una pieza que durante muchas jugadas ha permanecido defendida, en algún momento de la combinación que mentalmente iniciamos, deja de estarlo pero la seguimos percibiendo como si lo estuviera; o secuencias donde no es posible una jugada porque se refuta con una “descubierta”, pero que también, en algún momento, deja de existir y lo omitimos. Habrían muchísimos más. Estos errores se deben a que se conserva en la memoria una determinada situación de las piezas, estableciendo como inmutables la posición de algunas que no lo son.
5.2 – Hay otro tipo de despistes, bastante habituales, que se dan generalmente en posiciones de tablas, con bastantes o muchas piezas sobre el tablero (es decir, no finales), donde un bando, tiene dos, o como mucho tres posibles maniobras para lograr ventaja, pero su rival las contrarresta con las jugadas adecuadas...y no hay más; es frecuente ver cómo, si el jugador que tiene esas posibilidades es de nivel superior a su adversario, irá probando esas variantes que su contricante refutará; una vez comprobado que así no logra su objetivo, volverá a empezar esas tentativas pero intercalando jugadas que básicamente no afectan a los planes iniciales, o mezclando planes que, objetivamente, tampoco funcionan; pero es muy probable que a estas alturas, el jugador más flojo ya esté seguro de que esa posición es de tablas y se relaje; lo que no ha tenido en cuenta es que esa mezcla de planes, aun siendo tablas jugando correctamente, no se refuta de igual forma, detalle que omite y le lleva a la derrota. Este tipo de errores los suelen provocar los que cumplen con el punto 7 de las razones puramente ajedrecísticas explicado anteriormente.
6 – Ganar partidas ganadas. Uno de los problemas que afectan a cualquier jugador (seguramente bastante menos a los profesionales), pero no por ello menos importante, es el tener que ganar partidas que ya se tienen ganadas. La razón de esto es completamente lógica; cuando iniciamos el juego, sabemos que hay tres resultados posibles y, descontando las probabilidades que nos otorgue nuestra teórica superioridad o inferioridad en cuanto a ranking, los tres son posibles; por tanto, habrá que jugar la partida y ver qué pasa. Pero si llega un momento en el que obtenemos ventaja decisiva, justo en ese instante, se abre otra perspectiva completamente diferente; si como hemos dicho, nuestra valoración objetiva de la posición es de una ventaja tal, que consideramos que solo hay un resultado posible –la victoria-, nuestro planteamiento difiere por completo. Si el punto ya lo tenemos (y por lógica debería ser así), en lo que reste de partida ya no tenemos nada a ganar y sí mucho a perder, todo. Se podrá discutir que claro que nos estamos jugando algo, el punto, pero no; ¡recordemos que ese punto ya lo teníamos!.
Por eso, este es un momento delicado. En concreto, nos pueden acechar dos peligros distintos en cuanto al origen:
6.1 – Ajedrecístico. Si ahora, nuestro rival nos diera la mano y se rindiera, respiraríamos aliviados; pero es muy improbable que lo haga; en general, agotará todas las posibilidades que se le ocurran; y aunque nosotros intentemos simplificar la posición al máximo y que lo que quede de partida sea completamente plano (con nuestra ventaja decisiva, por supuesto) y no se presente ninguna complicación, precisamente lo contrario será lo que buscará con todo su interés nuestro adversario, aunque objetivamente lo que juegue no sea lo mejor. Pero su perspectiva es justo lo opuesto a la nuestra; jugará muy tranquilo; él ya ha perdido; de modo que solo puede ganar; tiene las probabilidades en contra pero la presión del rival a su favor.
6.2 – Psicológico. A veces puede pasar que, habiendo sorteado el escollo anterior con éxito, la ventaja se incremente; ahora por lo tanto, ya no tememos por nuestro punto; ya es nuestro; solo falta el formalismo de tendernos la mano, cosa que nuestro rival hará inmediatamente...o eso pensamos; pero no lo hace y sigue jugando; no entendemos por qué no abandona el juego si está perdido, pero al mismo tiempo de no entenderlo, también empieza a provocar un ligero enfado, que aumenta mucho más al seguir jugando; en la medida en que esto afecte negativamente al que ya ha ganado, puede hacerle cometer un error de bulto y convertir una victoria en una derrota. Sería otra variante del punto 5.2 comentado en el anterior apartado.
En cuanto a las segundas razones, las que ahora se analizarán, se corresponden más directamente a los aspectos de la personalidad, tanto previos como actuales y su incidencia en la práctica del juego.
7 – Poca objetividad. Una de las mayores dificultades que se presentan en este juego, y además recurrente y continua, es la de la valoración objetiva de cada posición; efectivamente, después de cualquier jugada realizada, tanto por nuestra parte como por la parte contraria, habrá que hacer, aunque sea implícitamente un análisis riguroso; más aún, cuando haya habido sorpresa en forma de alguna jugada inesperada con la que no contábamos; en función del resultado al que lleguemos discerniremos sobre si es posible seguir con la idea o el plan previos, o hay que modificarlos.
Si esa valoración se ha hecho de una manera correcta, las posibilidades seguirán intactas y el curso de la partida discurrirá con normalidad. Pero hay jugadores, que al hacer estas evaluaciones, tienden a impregnarlas en un sentido o en su opuesto; así, habrá quien infravalorará aspectos básicos de su deficitaria posición, llegando a la conclusión de que está más o menos igualado o incluso mejor, y buscará por tanto un camino hacia la victoria, cuando lo adecuado sería defenderse. De igual modo, otros exagerarán inapropiadamente alguna ligera debilidad, que les llevará a tomar precauciones que no son necesarias, cuando debieran sencillamente ir a ganar.
Tanto un caso como otro, procede en muchas ocasiones de una visión global de la vida un tanto distorsionada, que hace que no la ajusten a la realidad.
8 – Preponderar el ranking. Con esto entendemos la importancia que se le da en demasiadas ocasiones, al nivel previo que ostenta cada contendiente, tanto en título como en ranking, de manera que, aún no siendo a veces conscientes de ello, nuestra mentalidad otorga a cada uno de los dos, su papel de favorito o víctima, o lo que es lo mismo, ganador o perdedor y probablemente también en cuantía, determinando las probabilidades inherentes a nuestra asignación. Aunque esto es hasta cierto punto comprensible y normal, ya que el ranking se establece según los méritos de cada uno, a determinadas personas les condiciona tanto, que su misma consideración provoca el resultado que ya preveeían...y que les lleva a la reafirmación de sus ideas para próximas ocasiones.
9 – Baja autoestima. La autoestima es un rasgo procedente exclusivamente de la personalidad previa de cada individuo; su déficit en tanto sentimiento de inferioridad, se manifestará en general en el ámbito global de la vida; y también por tanto afectará a cualquier actividad específica que se realice, pero quizás aún más en el ajedrez por las connotaciones intelectivas que se desprenden del resultado de su práctica. Distinguimos dos maneras directas en que se manifiesta, que a su vez están muy relacionadas con el punto 8 anterior:
9.1 – No creer en las propias posibilidades; a un jugador con este rasgo de personalidad, le puede resultar muy difícil asimilar una victoria próxima si el rival es teóricamente superior; en cuanto sea consciente de ello, su mente le dirá que no es posible, y así, empezará a autocondicionarse haciendo las peores jugadas posibles para reafirmar su discurso interior. Una vez lograda la derrota se sentirá aliviado y evitará una disonancia en su psique; así, no habrá ganado algo que no se podía ganar; a pesar de esto, se sentirá muy satisfecho por el juego realizado, pero no reconocerá que debía haber ganado.
9.2 – El mismo efecto pero a la inversa se producirá cuando el jugador de más alto nivel sea él, de manera que ahora ya no valdrá ningún otro resultado que no sea la victoria; esto incidirá en una presión mucho más exagerada por lograr el resultado esperado, lo que dará pie a errores que de otro modo no se cometerían; en este caso, no es tan probable que el desenlace sea el mismo del párrafo anterior, pero solo porque el contrincante puede tener un muy bajo nivel.
Incluimos en este apartado una tercera variante, que aunque puede derivarse de este problema, no es específica del mismo, y además, puede deberse y/o añadirse a otros tipos de trastornos que ahora no nos ocupan : La derrota como humillación. En determinados casos, la trayectoria del sentimiento percibido puede experimentar el camino contrario, y de esta manera, ir de la parte al todo; la frustración por el resultado (¡y exclusivamente por el resultado!), se extrapolaría a todo el conjunto de la personalidad, probablemente solo por un período temporal, pero sintiéndolo como algo insoportable.
10 – Miedo a perder. Pero no tanto a perder una partida, sino a la consecuencia que se derivaría, caso de producirse, en el ámbito global de la personalidad; es decir, al hecho de sentirse perdedor respecto a la vida misma, como si una pérdida puntual se extendiera a todo el conjunto. A diferencia del último párrafo del apartado 9, en el presente caso no supondría un dolor intenso de corta duración, sino más ligero y referenciado a un aspecto moral-intelectual, y más duradero en el tiempo.
11 – Ajedrez como forma de vida. En este apartado habría que diferenciar dos modos distintos de llegar hasta aquí:
a) Niños que empiezan pronto a jugar y que ya destacan desde los mismos inicios (independientemente de los medios con los que cuenten), y por tanto, su progreso suele ser muy rápido; por este motivo son posteriormente ayudados y subvencionados generalmente por sus propias federaciones u otras instituciones relevantes; siguen mejorando su nivel y consecuentemente participan en torneos de mayor entidad, en los que es probable que obtengan importantes éxitos. Llegados a una cierta edad, la decisión de ser ajedrecistas y vivir de ello parece la probabilidad más natural sin necesidad de cuestionarse nada más; entendiendo siempre que la gran mayoría se habrán quedado por el camino y solo unos pocos habrán superado las diferentes cribas, a este grupo es al que nos referimos precisamente. Es decir, se convertirán en profesionales más por la propia inercia de sus trayectorias, que por decisiones premeditadas. Este grupo, en todo caso, tendrá que afrontar después otros puntos tratados con anterioridad.
b) Aquí se englobarían tanto los que no han superado las distintas cribas antes mencionadas, como los que, a pesar de que sus resultados les indican lo contrario, se empeñan en intentar una dedicación plena para convertirla en modo de vida, y para la cual no están obviamente cualificados. Estos jugadores, tanto adolescentes como jóvenes (dependiendo en qué medida acentúen su persistencia), serán con mucha probabilidad, los que mayores problemas experimenten; unos porque dejarán sus estudios injustificadamente y perderán varios años en ello, y los otros porque enfocarán su vida erróneamente, pretendiendo vivir de un modo que no les es posible. Sean más o menos jóvenes, el resultado solo podrá ser uno : La frustración.
Podríamos hacer un breve esquema para entender las dos posibles consecuencias resultantes, si la importancia que le otorgamos al ajedrez en la vida propia es total:
- Nivel máximo + Talento máximo + Forma de vida = Campeón del mundo
- Nivel medio o alto + Talento medio + Forma de vida = Frustración máxima
Aunque en el primer caso lo hemos ejemplificado como “campeón del mundo”, también formarían parte los jugadores considerados como “élite”, y que por tanto, en algún momento, podrían optar también a ese título. De lo que se deduce que, en realidad, muy pocos jugadores pertenecen a este grupo. Por supuesto, esto no significa que cualquier ajedrecista que no llegue a estos niveles tenga que experimentar necesariamente frustración, pero no pasará en tanto en cuanto cada uno, acepte sus propias limitaciones. En cambio, los del segundo grupo, sí lo vivirán así por definición, puesto que han conformado su vida con unos parámetros poco realistas, subjetivos, y dando por ciertas unas virtudes que no les corresponden. De esta consideración equivocada se reflejará esa frustración, que será vivida como fracaso personal en su globalidad.
12 – Patologías. Distinguiríamos tres formas generales en que pueden producirse y un subgrupo concreto; este último lo formarían jugadores, normalmente aficionados, que con alguna patología previa definida, se introducen en el mundo del ajedrez, posiblemente inducidos de alguna forma por esa patología; es este un grupo bastante reducido.
En los otros tres tipos, nos encontraríamos, por orden de importancia:
a) Niños en principio sanos que deciden (y/o en algunos casos influenciados) empezar a jugar por afición; obtienen más o menos buenos resultados y probablemente por ello, se ven constantemente presionados por sus padres; estos, además de ser sus acompañantes permanentes, se convierten en los más implacables y rigurosos jueces de cualquier actuación de su hijo, llegando algunas veces a extremos exagerados, y sometiendo al niño a una enorme presión para la cual en la mayoría de los casos, no se encuentra preparado psicológicamente, puesto que como tal niño que es, aún está en período de formación. Estos padres proyectan en sus hijos sus propias cuestiones no resueltas; esto, puede ser la causa de problemas posteriores o no; pero en no pocos casos, provocará en el niño algún tipo de repulsa hacia el juego, que acabará dejando cuando no logre soportar la presión.
b) En segundo lugar, un grupo de jugadores que, habiendo destacado en mayor o menor medida hasta los 11-13 años, son ellos mismos los que se establecen una presión inadecuada; ejercen de “padres” del grupo anterior; probablemente una gran mayoría tienen una percepción erróneamente sesgada tanto de ellos mismos, como de su nivel de juego y sus posibilidades futuras; de esto se deriva una sobrevaloración de sus propias fuerzas que no se corresponden con su nivel objetivo, tanto en juego como por edad (en general, este grupo se solaparía con el del apartado b del punto 11 anterior); también a partir de aquí es posible desarrollar problemas o no, pero a diferencia del caso anterior en que el causante era un “objeto” externo con el que se podía romper, aquí el conflicto se produce desde dentro, y por su misma etiología, resulta más difícil combatir.
c) Finalmente, hay personas que por su estructura de personalidad, han desarrollado unas características que conforman o pueden hacerlo, una patología latente previa, pero que de momento, no ha aflorado; no siempre estas personas acaban manifestando esa patología concreta, pero lo que sí sucede frecuentemente es que emerja con algún factor desencadenante; este factor es en general cualquier tipo de acontecimiento o situación que conlleva una presión excesiva; y en este punto es donde encaja perfectamente el ajedrez. Si en una personalidad sana pero sumada a determinados factores puntuales estresantes puede provocar algún desequilibrio, en este grupo puede producir un brote que instaurará la patología para hacerla manifiesta.
En resumen y como conclusión de todos los puntos anteriores, tanto en los apartados ajedrecísticos como en los psicológicos, podemos inferir que, para lograr progresos, habrá que prestar atención a los 2 aspectos siguientes y ceñirse a ellos:
a) Ser objetivo, tanto en la determinación del nivel real de juego, como en nuestra personalidad; y por tanto aceptarlos.
b) Una vez determinados, ver si es posible modificar tanto uno, como la otra; y en la medida en que se logren ambas cosas, cualquier mejora de estos aspectos repercutirá positivamente en el juego